martes, 5 de enero de 2010

Soledad...

Soledad...

En algún momento de nuestras vidas, ¿Quién no se ha sentido solo? ¿Quién no ha querido estar solo? ¿Quién vive solo? ¿Quién quiere vivir solo? Son tantas preguntas cuyas respuestas son, simplemente, un “yo…” en la mayoría de las personas del mundo. Se ha calculado que los seres humanos viven casi alrededor del 60% de sus vidas con una soledad física y en alrededor de un 40% en soledad psicológica.

La primera, nos es evidente que la soledad física es natural en todas las especies vivas, pues sus necesidades fisiológicas la llevan al aislamiento de otras personas, como el simple hecho de ir a orinar o a dormir. Lo interesante es plantear cuánto, realmente, se considera aislamiento físico, ¿el no ver demás personas? ¿El alejarse de las demás? Es algo interesante para reflexionar ya que como organismo somos uno solo, incapaz de ‘fusionarse’ físicamente con otro.

Por otro lado, la segunda sería algo más difícil de ver, ya que estar físicamente acompañado no implica estarlo psicológicamente o estar físicamente aislado implica no estarlo psicológicamente. Esta suerte de paradoja se podría explicar de acuerdo a la necesidad de pertenencia que Abraham Maslow nos plantea como el tercer estadío de su famosa pirámide de motivación humana. El individuo busca sentirse ser parte de algo a través de la amistad, el amor y la familia, lograr trascender a la individualidad como nos dice Erich Fromm. Podemos estar rodeado de personas, tener una gran familia pero aún así podemos sentirnos solos. La soledad psicológica tiene similares causas como consecuencias, de las que destacan la depresión, la desvalía, las conductas antisociales y la búsqueda por la autorrealización como los monjes budistas, zen e hindúes suelen hacerlo.

Y ¿qué ocurre con las modernas comunicaciones? Internet, telefonía móvil ¿Nos mantienen alejados de la soledad o, por el contrario, nos aíslan más y más?





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